lunes, 5 de noviembre de 2007

UN SÁBADO CUALQUIERA

Nada más entrar pude verlo. Estaba tras una furgoneta Mercedes, un poco escondido aunque no había duda de que era ese. No sabía que aquel Pegaso sería mi primer camión, cuando aquella fría mañana de Enero de 2000, entré en el pequeño desguace situado a la entrada de Utrera. Me acerqué buscando alguna razón que me empujara a quedármelo; a ver si como me habían dicho unos meses atrás, aquel “cabezón” ex_ejército del aire, estaba bastante entero y merecía la pena conservarlo. La primera impresión fue buena, así que me dirigí al propietario a ver como andaba el tema del precio; y tras unos minutos de conversación decidí quedármelo.



De vuelta a casa no paraba de darle vueltas a todo lo que había pasado esa mañana, “salí a verlo y lo he comprado... has comprado un camión... ¿estás loco?...”, me daban vueltas muchas cosas en la cabeza sobre todo, saber donde lo metería, pues no tenía cochera ni nada que se le pareciera. Es en este punto de la historia donde entran Hermanos Domínguez (Iveco_Pegaso de Carmona), que más ilusionados que yo con la noticia de la compra, me hicieron un hueco en su patio para meter el cacharro, además de hablar con unos amigos suyos que nos prestaron la góndola para hacer el transporte.

La siguiente visita a Utrera, la hice acompañado de Santiago, un socio del Club, y de mis dos tíos José Luis y Vicente, dos mecánicos de toda la vida que intentarían sacar al Pegaso de aquel letargo de más de cinco años durmiendo “al raso”. Tras pasar por Carmona para recoger un par de baterías del taller de Hnos. Domínguez, llegamos a Utrera. Yo no estaba demasiado convencido de que arrancase, pero cuando vi a mis tíos ponerse “manos a la obra” me fui animando. Daba gusto verlos trabajar, poniendo baterías, metiendo gasoil nuevo, sangrando... hasta que por fin CONTACTO!!! El motor comenzó a moverse perezosamente a la vez que seguían sangrando sin parar. Parecía que el condenado no quería despertar, hasta que poco a poco el sonido fue cambiando y por fin tras estar sin respiración un buen rato, una bocanada de humo negro salió por el escape y la historia de aquel camión comenzó de nuevo, pero esta vez en mis manos. Joder!! Que momento, como sonaba, que maravilla... Cuando hizo aire, mi tío Vicente al volante lo movió hasta colocarlo en la posición adecuada para que subiese a la góndola el próximo día.


La góndola tuvo que ir dos veces, y es que la primera y tras arrancar el camión sin problemas y ponerme al volante, metí la marcha atrás que yo no sabía está colocada al revés de lo habitual en un turismo, y tras frenarlo para no llevarme lo que había detrás, no hubo narices de desbloquear los frenos. Tras una buena tanda de martillazos a las manguetas de freno, y desesperarnos, la góndola se fue de vacío. Parecía que nunca iba a sacar el camión de aquel desguace. Nuevamente Hnos. Domínguez que con su amabilidad inagotable, mandaron a la semana siguiente a uno de sus mecánicos que en menos de diez minutos, fue capaz de localizar la avería, que no era más que el pedal del freno se quedaba cogido, y tras pisarlo había que soltarlo con las manos.

Tras unos días, otro Sábado camino de Utrera, esta vez tenía que ser la definitiva sino me quedaba sin góndola y sin amigos. Una vez colocada en posición y con las rampas desplegadas nos dispusimos a arrancar el Pegaso. Como no podía ser de otra forma, iba a haber problemas y es que las baterías, que llevaban entre unas cosas y otras cerca de un mes en el desguace y sin cargar, se vinieron abajo al primer intento y el motor no volvió a moverse. Las piernas me temblaban, no sabía que hacer allí sólo y sin ayuda. En el colmo de la desesperación y a riesgo de tocar las narices más de la cuenta, llamé a Carmona a José Domínguez, que tras tranquilizarme me dijo que me fuese para el pueblo a Talleres Castejón (Iveco_Pegaso Utrera), que hablaría con ellos para que me preparasen unas baterías. Con las baterías estaba preparado un mecánico, que nada más llegar preguntó si lo que había que arrancar era el Iveco que arrastraba la góndola, desde luego que no, era el Pegasito que estaba detrás, menuda cara se le puso porque debió pensar que no arrancaría ni a empujones. Menuda sorpresa cuando al poner baterías salió andando, en fin solo necesitaba un poco de energía extra.

El subirlo a la góndola me tocó a mi, que pocas veces me había puesto al volante de algo así, con la dificultad añadida de que el freno se bloqueaba al pisarlo y el acelerador no retornaba, así que no sé todavía muy bien como, pero aquel camión terminó subido (por los pelos, porque casi lo tiro) a la góndola. Todo el trayecto hasta Carmona fui detrás a los mandos de mi SEAT 132 que hizo de vehículo de asistencia improvisado, mientras observaba como botaba el cabezón encima del Iveco. Nada más llegar todos salieron a ver que era eso, y me dispuse a “ofrecer” la segunda parte del espectáculo, ya que bajarlo fue más difícil que subirlo, y es que cuando estaba en la rampa del semi, lo giré más de la cuenta y se cayó con la suerte de que quedaba poco para llegar al suelo, y el eje delantero topó con unas de las rampas por lo que el camión bajó mansamente al suelo. Menudo cabreo se pilló José Domínguez. Cuando vió que se caía, cabreo, con los que había en el taller que me habían dejado solo con aquel invento.

Tras aparcarlo en el patio Juan, el conductor del Iveco que me había traído, se arrodilló delante de él y “lo santiguó”. El temblor de las piernas y los nervios tardaron mucho rato en quitárseme, pero mi Pegaso 2011/50 vive ahora lejos de los desguaces.

Este artículo está dedicado a la memoria de Vicente Rosado García.

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